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jueves, 27 de marzo de 2014

Del otro lado de la muerte...

No puedo evitar pensar que, para quien ama vivir, debe ser horrible estar al borde de la muerte. Si, ya sé que suena obvio... Pero no lo es. Existiendo un alto índice de suicidios en el mundo, por qué damos por sentado que la gente realmente ama su vida?

Ser médico es lidiar con enfermedades, curables o no, procurar mejorar la calidad de vida de un paciente... Y seguir con el siguiente. Si de por medio hay empatía, humanismo, amabilidad, compasión o no, es tema aparte. Pero ser médico y familiar de un paciente en hospital ajeno, es incompatible con la vida.

Ser espectadora, no es lo mío. El año que llevo trabajando con pacientes oncológicos me ha llevado a aprender a lidiar con la muerte, pero sobre todo, respetarla. Me ha permitido apreciar los segundos de vida... Y la salud. Quiero que se entienda: no lo digo por decir, en realidad esto ha pasado.

Es francamente difícil no crear un lazo con pacientes pediátricos. De hecho, para mi es imposible. Uno aprende más de ellos que de la vida cotidiana. Empiezas a ver la realidad de esas familias como si fueran parte de tu realidad. Te llenas con su alegría efímera, y con su dolor permanente. Quien me diga que no ha sufrido con ellos, me miente.

Los pacientes adultos, son otra historia. En ellos, el dolor y arrepentimiento permanece presente de manera constante en sus pensamientos. No hay preocupación por comer, jugar, o tener a tus padres contigo, como con los niños. Es más común verlos preocupados por dejar todo en orden, resolver dramas familiares, asuntos económicos, y recordar que están muriendo. Los pacientes adultos recuerdan todo el tiempo lo poco que les falta para morir. Los niños, al contrario, sólo piensan en cuantos días faltan para volver a casa, a comer lo que su mamá les hace, a jugar con sus hermanos y amigos. No conozco ningún caso pediátrico en el que el paciente espere la muerte.

Pueden creerme si les digo que mi manera de ver la vida y la muerte es como la de mis niños? Simplemente, morir no está en mis planes. No lo veo como una opción. Siempre estoy pensando en cuantos días faltan para salir a pasear, jugar, comer, ver a mis seres queridos... Cuanto falta para viajar. Y cuando veo morir a alguno de mis pacientes, mi cerebro no lo procesa. 

Mi tía está agonizando en un hospital en estos momentos, a causa de Cáncer de Mama terminal.Y no tengo idea de cómo hacer para evitarlo. Es irónicamente cruel: soy médico, trabajo con pacientes oncológicos, conozco de quimioterapias y cuidados paliativos... Y nada de eso sirve ahora. No está hospitalizada donde yo trabajo, así que soy una familiar más. Y debo ser espectadora.

El papá de una de mis niñas con leucemia es médico internista. Y veo en su rostro la misma impotencia que siento yo. Hace poco, en un momento de frustración, le pedí a la vida que mis familiares sean tratados de igual manera que yo he tratado a mis pacientes en todos estos años... Que sería lo más justo, dije para mi misma. Luego lo pensé mejor, me pareció tan idiota de mi parte. Al día siguiente, trabajé con tanto amor, creo que al doble de lo normal, y sentí paz en cada conversación con los papás de mis niños. Paz en ellos, paz en mi. Creo que ser amable no es un gran sacrificio para nadie. Y si es espontáneo, natural, y viene del corazón... Alivia el alma cansada del familiar, y del médico también. Gracias a Dios, mi pensamiento estúpido fue oído por El... Y mi familia ha recibido la mejor atención en el lugar menos pensado, y sin necesidad de pedirlo como favor especial. Dios escucha nuestros ruegos... y debo ser más humilde.

No es fácil para nadie enfrentarse a la inevitable muerte. Pero debemos empezar a no tenerle miedo.